No sé si a todos los niños les hayan sucedido experiencias parecidas a las que yo viví en el colegio; tuve una profesora en primer grado que me estimaba muchísimo, solía ponerme como ejemplo de buena conducta en el aula y me pedía que la ayudara con los compañeros que se retrasaban en alguna asignatura. Vamos era divertido y valioso ser la “preferida” de la maestra.

Pero había un problema con Nelly, mi maestra, ella era joven, digamos novata en la enseñanza y se apoyaba en sus mejores alumnos para ayudarle con el control de clases, lo cual estaba bien, sin embargo, el problema es que le gustaba ser popular y solía escaparse del aula para ir a tomarse un café y a conversar con otros tutores por horas, mientras nos dejaba a los alumnos más aventajados para controlar al resto.

Pobre de mí, a mis 9 años dirigiendo y ayudando a 30 compañeros. Además de perder tiempo en tareas que no eran asignaturas relevantes como cantar canciones, jugar con las muñecas o colorear dibujos durante horas, iba muy atrasada en matemáticas básicas, ortografía y lecto-escritura. A mis compañeros les iba peor porque estaban más atrasados, aunque era una fiesta diaria estar en clase y no hacer nada más que conversar y jugar.

Un día, mi padre me revisó las libretas de clase y empezó a preguntarme por qué no tenía tareas de matemáticas y de ortografía, de lenguaje y de otros cursos. Yo ingenuamente respondí que la maestra me dejaba a cargo de mis compañeros, mientras ella se iba del aula, y lo que se me ocurría era que cantáramos o pintáramos mientras estábamos solos para evitar que los chicos salieran corriendo al patio a hacer barullo. Vamos, que algunas veces era divertido, pero de alguna manera sentía que estábamos perdiendo el tiempo.

Mi padre se molestó muchísimo, pero yo no entendí la razón en ese momento, al día siguiente fue al colegio a hablar con mi profesora, además de poner una nota escueta en mi boletín, que decía: “La niña necesita que le deje más tareas de matemáticas y de lenguaje”.

No sé realmente lo que sucedió entre mi padre y la maestra, sólo sé que ella cambió conmigo como del día a la noche, empezó a ponerme malas caras, a gritarme si me pillaba distraída, no volvió a encargarme ninguna responsabilidad en relación al aula, cualquier pretexto era bueno para castigarme dejándome de pie en un rincón, dándome golpes en las manos con una regla o golpeando mis piernas con un latiguillo que se había provisto a propósito. También reconozco que su ira no iba dirigida exclusivamente hacia mí, sino que muchos de mis compañeros también me acompañaron en estos castigos.

Este cambio radical me dejó perpleja, antes era una persona cariñosa y dulce, pero después de hablar con mi padre, se convirtió en una profesora amargada y punitiva. Me sentí de alguna manera culpable por su cambio y por ello recibía resignada los castigos que me imponía.

Vamos estoy contando una experiencia de los años 70’s, cuando los padres eran más autoritarios y los maestros también representaban autoridad en la escuela.

Mi padre me llevó a un centro de aprestamiento, después del colegio, éste era un tipo de colegio no escolarizado donde te nivelaban en los cursos de matemáticas, lengua, ciencias y otros, con ello logré volver a mi nivel escolar e inclusive aventajar a mis compañeros de aula.

Pero el problema con esa maestra se mantuvo durante dos años más, muchas noches lloré de rabia porque sentía que era injusta conmigo, me ponía calificaciones muy bajas y en cuanto podía me tiraba de las orejas o me daba collejas. Claro que no volví a comentarlo con mis padres, pero sí debo admitir que mi sentido de la justicia estaba exaltado porque veía cómo mis compañeros recibían mejores calificaciones y eran apreciados, mientras a mi me apartaba y aunque respondía bien en los exámenes y en los concursos de matemáticas, que eran mis favoritos, no lograba pasar de una calificación media baja.

Para no hacer la historia mas larga, el conflicto se resolvió de una manera muy simple, Nelly pidió un cambio de aula y yo tuve una nueva docente más experimentada, con la que terminé la primaria con reconocimiento honorífico.

Cambios radicales en los sistemas educativos

Ahora con los años, he podido comprender que se trataba de una docente joven e inexperta, que desfogó su frustración en una niña que la delató ante sus padres, haciéndola quedar como una persona irresponsable, pero la realidad era que ella no había alcanzado un adecuado nivel de madurez en lo referente a su capacidad educativa.

Es verdad también que muchos docentes se dejan llevar por las simpatías o antipatías hacia sus estudiantes y que muchos niños, como en mi caso, según su edad tienen un desarrollado sentido de lo que es justo y no lo es porque están pasando por un período de gran sensibilidad.

También es difícil lidiar en una clase con 30 niños donde dos o más pueden ser revoltosos, buenos y malos estudiantes, que necesitan ser corregidos con frecuencia y se llevan más atención que los otros niños. En la actualidad a estos niños se les llama hiperactivos, hipercinéticos o incluso son etiquetados como TDAH.

Es cierto que los niños que recién empiezan la primaria sienten gran afecto por sus profesores, pero a medida que van creciendo, en los últimos años de nivel primario, se van alejando de ellos, tienden a criticarlos más, ya no los ven tanto como figuras de referencia porque no suelen parecerles bien todo lo que hacen o dicen, ahora los estudiantes han ampliado su sentido crítico y esto también recae sobre sus maestros.

Pero las diferencias cruciales son los cambios que se dan en la actualidad entre padres, hijos y docentes. Antes los profesores eran autoridad en el aula, los padres se ponían de acuerdo con ellos para disciplina, las medidas correctivas y la enseñanza en el colegio y en la casa, mientras los hijos debían someterse a estas medidas porque las consecuencias eran graves. En la actualidad, hay un gran incremento de padres sobreprotectores, quienes no apoyan al docente, e inducen a un clima de tensión entre la casa y la escuela. Además, aunado a la fase de aumento de sentido crítico de los hijos y el respaldo de sus padres, se propicia la falta de diálogo y se echan las culpas a los docentes en la mayoría de casos, restándole autoridad y convirtiéndole en un asistente educativo sin capacidad de control o de decisión en la disciplina o en los mismos métodos de enseñanza-aprendizaje.

Hace un par de décadas, era común no escuchar a los hijos y más bien ponerse de acuerdo con el docente para resolver los temas educativos y de comportamiento, sin considerar la opinión del niño. En la actualidad, se han invertido las relaciones y padres e hijos hacen frente común contra el docente, donde los jóvenes siempre tienen la razón y al docente le toca demostrar que se equivocan.

¿Qué hacer para resolver el conflicto entre profesor y alumno?

Se trata principalmente de saber escuchar a los implicados, tanto al alumno como al profesor o tutor.

Si el asunto es grave o repetitivo, es necesario que los padres se acerquen a hablar con el profesor y aclarar el problema, buscar juntos las razones por las cuales se están desarrollando los conflictos y aportar soluciones de común acuerdo para ayudar al hijo a superar el problema.

Por otro lado, el niño debe comprender que hay profesores más carismáticos o amigables que otros, algunos serán más cercanos y simpáticos, mientras otros serán más distantes y exigentes. Esto no sirve de justificación para buscar roces o choques con unos u otros, sino más bien, es necesario que el niño se acostumbre que existe una diversidad de personas con diferentes caracteres y que todas merecen respeto, además de desarrollar tolerancia ante estas diferencias individuales, de este modo el estudiante se estará preparando para afrontar la realidad de la vida cotidiana como adulto estable y tolerante.

Finalmente, si existe un problema de simpatías o antipatías que estén provocando crisis de convivencia entre alumno y profesor, será necesario aclarar este asunto con un mediador que puede ser el tutor o una autoridad del colegio.

Si es necesario, el docente puede y debe aceptar sus errores y pedir disculpas, sin rebajarse ni sentirse humillado ante el alumno, porque no estará perdiendo autoridad, sino estará demostrando que es una persona de carne y hueso y es natural equivocarse como cualquiera, además de que está enseñando a que es flexible y capaz de rectificarse.

Por parte del alumno, también es recomendable que reconozca sus errores y pida perdón por ellos tanto en público como frente a su profesor o sus padres. Es frecuente el apasionamiento o la impulsividad del alumno, por lo tanto, no se recomienda enfrentarse a careos con su profesor o autoridades porque esto sólo exacerbará los ánimos. Para rebajar la tensión es necesario pedir disculpas primero y luego de un tiempo prudencial analizar la situación con la cabeza fría con el tutor o el director y por último con el profesor, manteniendo siempre el respeto que éste se merece y salvando siempre la autoridad moral que necesita tener frente al estudiante.

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